viernes, 27 de febrero de 2009

Las locuras de Ramón




Platero es pequeño, peludo, suave,
tan blando por fuera
que se diría todo de algodón,
que no lleva hueso.
Solo los espejos azabache de sus ojos
son duros cual escarabajos de cristal...

(Juan Ramón Jiménez)


Año 1972
Ramón se parece a Platero: Es pequeño, moreno, de ojos brillantes y cara de ángel.
Lo conocí una noche de primavera en el área de psiquiatría del hospital, estando de guardia.
Había ingresado procedente de la " prisión ", porque nadie podía comprender, que con ese aspecto tan dulce, hubiera matado a su padre.
Ramón no sabía leer ni escribir, solo sabía firmar garabateando las letras de su nombre; tenía ganas de hablar, de cercanía, de aprender y entonces salió la "maestra" que hay en mí.
Conseguí el permiso de la dirección y con una cartilla, un lápiz y el papel butano de las radiografías, comenzamos las clases.
Ramón era un alumno aventajado, tenía un gran interés y prosperaba cada día.
Cuando terminaba la clase, charlábamos un ratito; Ramón hablaba poco de su pasado, parecía que no deseaba recordarlo; a través de la intuición, capté que había sido maltratado desde niño.
Su padre era un dictador machista, sometía a todos a su autoridad, especialmente a Ramón. Fueron años de sufrimiento, de maltrato físico y psicológico... "eres un inútil, una basura, no serás nunca un hombre de provecho". Tras un bastonazo en la espalda, Ramón se volvió y con la navaja, atravesó el corazón de su padre..." tuve que hacerlo, no podía aguantar más".
Ramón estaba aislado en una celda, él quería salir al patio con los demás internos.
Cada día, cuando terminábamos nuestras lecciones, me pedía que intercediera para que le permitieran salir; la respuesta era siempre la misma: NO. Tras semanas de súplica, le concedieron el permiso y Ramón salió; jugaba al balón con los demás y se le veía contento y feliz.
Pero Ramón tenía otros planes...
Una mañana soleada de Domingo, cuando abrí la ventana de la sala de Oncología de la 5ª planta, miré hacia el patio de psiquiatría de hombres y me quedé petrificada, sin aliento: subido a la tapia, de más de 2 metros, estaba Ramón intentando saltarla. Con una agilidad felina, impropia de su estatura, saltó la valla y salió corriendo a través de los sembrados rumbo al río; el Duero majestuoso, discurría a menos de 300 metros; Ramón corría y corría, tanto que los celadores y voluntarios perseguidores no le daban alcance.
Yo, desde mi atalaya de la 5ª miraba y no podía creerlo, Ramón se llevaba mi confianza y mis ilusiones, sentía una tristeza infinita; mi lucha por ayudarle a ser un hombre nuevo se había evadido con él.
Había una islita en medio del río con árboles y maleza y allí se escondió Ramón; cuando llegaron sus perseguidores quiso atravesar el Duero y agotado y sin fuerzas, tuvo que retroceder a la isla donde fue capturado.
Ramón fue castigado e internado en una celda de castigo, sin visitas y sin posibilidad de seguir aprendiendo. Cuando terminó su tratamiento psiquiátrico, volvió a la cárcel.
El final de la historia lo desconozco, quiero pensar que mi aportación le ayudó a poder llevar su reinserción un poco mejor, acompañado de la magia de los libros.