
Llegamos al
Salto de Saucelle, frontera con Portugal y desde allí continuamos por la carretera en direccción a Barca d'Alba, por un itinerario lleno de belleza natural.
El Douro camina entre grandes bancales de almendros, olivos, viñedos, naranjos, limoneros, chumberas... encajonado entre montañas y árboles centenarios, junto a una carretera, ahora bien asfaltada, pero llena de grandes e interminables curvas.
Cada pocos Kmtos paramos para contemplar la belleza del entorno, el canto de las aves y el silencio de la mañana.

Al llegar a
Barca d´Alba, pudimos contemplar la desembocadura del Águeda en el Douro, donde está el muelle español de
Vega Terrón, que junto al muelle hermano de Barca d'Alba, a pocos metros, es el lugar donde recalan los cruceros que recorriendo el Douro, llegan y parten hacia Porto.

Tras una corta estancia para visitar el pueblo y ver los barcos, salimos camino de Figueira de Castelo Rodrigo.
Por la serpenteante carretera, otra vez subiendo, y desde otro de los grandes miradores, avistamos los 20 túneles y 7 puentes-viaductos sobre el Águeda al otro lado de la frontera, un camino de hierro de la locomotora que fue traqueteando ( hasta los años 80 ) desde la Fuente de San Esteban hasta Barca d'Alba, ahora en espera de ser restaurado como "Vía Verde".

Desde el Alto da Sapinha, pudimos ver todo el valle y entre grandes plantaciones de olivos y viñedos llegamos a Figueira de Castelo Rodrigo.

Situada en la falda septentrional de la sierra de Marofa,
Figueira de Castelo Rodrigo substituyó al viejo burgo de Castelo Rodrigo, en el año 1.836, como cabeza de partido, cuando el pueblo se trasladó desde lo alto del monte a la llanura; ahora tiene cerca de 2.300 habitantes. Lo más notable es la iglesia barroca, cuyo coro se apoya en una ingeniosa cadena de piedras con forma de ese, de manera que cada pieza encaja y traba la siguiente.

Desde aquí continuamos la visita al
convento-monasterio de Santa María de Aguiar, que dista de Figueira unos 3 km y constituye un bello ejemplo de arquitectura gótica. Perteneció a los Cistercienses.
Además de la bella iglesia, decorada por un altar mayor barroco, de 1636, que exhibe imágenes de S. Benito y de S. Bernardo, se conservan el ala de los monjes, con la sacristía y la sala del Cabildo, el Refectorio y el edificio de la hospedería, hoy renovado y muy atractivo.

Como aún era pronto para comer, tomamos el camino hacia
la sierra de Marofa, el punto más alto de Portugal, cerca de 1000 mts sobre el nivel del mar. Desde allí se contempla un inmenso y bonito paisaje y las poblaciones de Castelo Rodrigo, Figueira de Castelo Rodrigo, Mata de Lobos, Almofala, el embalse de Santa María de Aguiar, el Valle del Águeda y parte del paisaje español. Junto a las grandes antenas, preside toda la sierra la gran estatua del Sagrado Corazón con los brazos extendidos como si quisiera abrazar a los dos paises.


Bajamos con apetito y nos dirigimos a comer a Figueira de Castelo Rodrigo, a un restaurante llamado Falçao de Mendoza, donde nos sirvieron unas morcillitas con piña natural a la plancha, el plato típico: una
cataplana de pescado y marisco y como postre una riquísima tarta de nueces, todo ello regado con un buen vino portugués.

De allí y tras comprar unas buenas colas de bacalao, pusimos rumbo a
Castelo Rodrigo a la Casa de Chá, en cuya terraza, en unos cómodos asientos, descansamos y nos fueron servidos ricos cafés y tés que nos dieron fuerza para continuar el recorrido de la villa.

Encaramada en un cerro,
Castelo Rodrigo, es una preciosa aldea rehabilitada, que mantiene el laberinto de su trazado medieval. Cuando se camina por la villa, el silencio habita las callejas centenarias protegidas por la cerca que mandó construir en 1296el rey D. Dinis.

El blasón de la villa tiene las armas reales invertidas, en castigo por tomar partido por Beatriz de Castilla frente al rey don Joao I.
En la cima que ocupó el
castillo se yergue la
ruina del palacio renacentista de don Cristóbal de Moura. Lo quemaron en 1640 los vecinos que acusaban al conde de simpatía hacia los españoles.

En el centro del pueblo, la iglesia románica sobrevive y se ve, en palabras de Saramago,
«baja, agazapada como una cripta y como ella misteriosa». A su lado se yergue
la picota que remata una jaula manuelina ( se ve al fondo de la imagen). La calle de la Sinagoga bordea el palacio, mientras que la de la Cárcel ofrece una llamativa secuencia de ventanas manuelinas.

Después de este recorrido nos pusimos en camino hacia
Almeida.

Es una “vila” fortificada, fundada en el año 1296 y está clasificada como aldea histórica. Vista desde el aire parece una estrella de doce puntas. Tiene una plaza construida entre los siglos XVII y XVIII, alrededor de un castillo medieval.
Es uno de los mejores ejemplares de fortificación abaluartada en Portugal, y esto lo demuestran sus murallas, que están rodeadas por un foso; las puertas falsas y las casamatas subterráneas podían albergar a toda la población si fuera preciso.
Un cafelito en la Pousada das Neves reconforta y anima la tarde.
Tras recorrer la villa tomamos
regreso a España a través de las villas de Aldea del Obispo (donde hay una gran fortificación en ruinas) y Villar de la Yegua, hasta llegar a la
Estación Rupestre de Siega Verde.
Fue una sorpresa poder visitar el aula de la naturaleza y los grabados rupestres, ya que estaba poniéndose el sol y a punto de cerrar la instalación; no obstante aún pudimos ver los 5 paneles que muestran en la actualidad. Hay unos 70 grabados junto al Águeda que no presentan al público para preservarlos del deterioro.
La jornada finalizó en la
villa de Cerralbo, mi pueblo, donde contemplamos las ruinas del castillo que perteneció al marqués del mismo nombre.

Un día muy bien aprovechado.
Agradezco a mis amigos Paloma y Miguel su agradabilísima compañía y las bonitas fotos que muestro.